La bicicleta ha significado mucho para mi en esta vida, fue el regalo de reyes más anhelado y esperado que tenía, cuando era una niña.
El año en que inocente y convencida de que existían, escribí mi carta con todo el cariño y humildad para pedírsela, tenía 12 años.
Aquella noche me acostaba a las 20 horas con la esperanza de que les sobrara alguna para mi, me desesperaba porque llegara la mañana siguiente y levantarme corriendo, para comprobar si se encontraba en el balcón. Estaba en el salón y comprobé que se habían comido todo lo que les dejé fuera para los camellos.
Aquella bicicleta era mi vida y enseguida la estrené, eran las 11 cuando entré deprisa en el bar que teníamos a recoger el almuerzo y cuando salí, me la habían robado. Lloré sin parar y el disgusto que llevaba era inmenso, pensaba que ya no me dejarían otra porque ya me habían traído una.
Mi madre al verme tan desconsolada, me compró otra y a ésta le ponía un candado grande, para atarla y tenerla segura.
Disfrutaba con mi amiga bicicleta, iba al colegio con ella, era mi tesoro más preciado y la trataba como un mayor a su coche.
En la actualidad al vivir en una capital me daba miedo tener una para ir a trabajar y también porque al tener asma, me era imposible hacer esos esfuerzos. Envidiaba a mis compañeros al verlos con la suya a pesar de tener un coche nuevo, siempre ha sido mi vehículo favorito para el verano ahora que soy adulta.
Aquí en el pueblo casi todas las mujeres poseen la suya y van a comprar con ellas, cargan la compra en la cesta y tranquilamente se la llevan a casa.
La bicicleta es sana, no gasta gasolina, haces ejercicio, disfrutas del aire que te llega, es económica, te endurece las piernas y te desplaza a donde quieras, es un gran invento que ha vuelto a utilizarse en las ciudades, gracias a la juventud, a las zonas que han adaptado para circular con un mínimo de seguridad y sobre todo; porque no contamina y no hay problemas de aparcamiento con ellas.
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